Inocencio Noyola
Al final del pueblo de Armadillo de los Infante, por la margen izquierda, sale un camino de terracería con dirección al Rancho de Los Guzmán; después de avanzar alrededor de cinco kilómetros, hacia el lado izquierdo un letrero señala una desviación hacia Tlaxcalilla. Entre arbustos y palmas, se llega a una pequeña mesa rodeada por dos arroyos que bajan de la sierra y se observan algunas construcciones abandonadas en el arroyo que corre por el lado izquierdo.
De acuerdo al plano topográfico del INEGI, estas casas abandonadas pertenecen a una localidad denominada El Sauz, la cual no se registra con habitantes para el censo levantado en el año 2000. Al avanzar por el camino a una altura promedio de 1800 msnm, se van descubriendo más casas abandonadas, las cuales pertenecen a Tlaxcalilla.
Resalta el tipo de construcción de las casas, construidas con piedras de caliche que abunda en la zona. Las mejor elaboradas se hicieron con bloques de esta piedra, pues en el arroyo cercano se observa un área donde se cortó este tipo de material de construcción. Son casas con tres espacios; el primero se usaba para la cocina, el de en medio para guardar los aperos de labranza de los habitantes y el último, para dormir. El techo posiblemente era de palma aunque también los hubo de bóveda en forma de cañón. Algunas tuvieron piso de tierra o de ladrillo. Además de esta construcción, en el solar aledaño a la vivienda se levantaron los corrales necesarios para el ganado y algunos espacios pequeños con una puerta, en los cuales se guardaban las gallinas, pues en la zona abundan los coyotes. Estos espacios para gallinas son parecidos a los hornos de tierra que se hacen en algunas regiones de San Luis. El trazado de la propiedad en Tlaxcalilla es irregular, pues no existen calles rectas, sino que siguen lo accidentado del terreno; parece un asentamiento indígena.
En medio de una explanada se encuentra una construcción extraña que tuvo un fin muy particular. Es parecida a las casas, con muros de caliche y bóveda de cañón, pero más pequeña, de escasos dos por tres metros. Todavía conserva una vieja puerta de mezquite y en su interior se guarda una caja de madera para muerto. Don José Cruz Castillo, uno de los pocos habitantes de este lugar, nos contó que se usaba para dejar el cuerpo del muerto mientras llegaba su caja donde se enterraría. Parece ser que el último en usar esta caja fue por el año de 1955.
En lo alto de Tlaxcalilla se levanta una capilla dedicada a la Santa Cruz; en la localidad no existen iglesias ni templos. A la entrada se está construyendo uno con material de block que rompe totalmente con la arquitectura del lugar. Desde esta capilla de la Santa Cruz se observa una vista muy agradable de todo el valle que se extiende entre Armadillo y Pozo del Carmen; se observan varias localidades y, al frente y a lo lejos, los bosques de El Pinar, una localidad de San Nicolás de Tolentino. También se observa el Cerro del Chiquihuitillo, el cual se encuentra frente a Tlaxcalilla. Hacia el lado norte de la capilla se observan las casas de Rancho de Los Guzmán y La Escondida, comunidades cercanas.
En la cañada que se encuentra al norte de Tlaxcalilla, corre un arroyo que don José llama El Molino, y que en los mapas del INEGI se denomina Tovar. Este arroyo es de sumo interés, pues tiene algunos manantiales que proporcionan agua a la comunidad y se encuentran restos de escoria de mineral en sus laderas, las cuales están cubiertas por vegetación. Precisamente estas características nos ayudan a explicar el establecimiento de esta localidad.
Tlaxcalilla se encuentra en el extremo oriente de la Sierra que separa el valle de San Luis Potosí de Armadillo, la cual realmente no tiene nombre específico, pues nosotros denominamos a esa sierra como de “Álvarez”, aunque esta comienza después de Armadillo. Esta sierra, que bien podíamos llamar de Armadillo, fue importante para la fundación y establecimiento de los españoles en San Luis Potosí. Por el poniente de la sierra se encuentran localidades como San Antonio de Eguía, Cerro de San Pedro y Monte Caldera; por el sur La Morena; por el norte Aguaje de los Castillo; y por el oriente Armadillo, Pozo del Carmen y Tlaxcalilla. A fines del siglo XVI y principios del XVII algunas de estas localidades, sobre todo Cerro de San Pedro, Monte Caldera y Armadillo, formaron parte de un espacio económico interrelacionado. De Cerro de San Pedro se extraía el mineral, el cual se procesaba en Monte Caldera (y en otras haciendas de beneficio) con carbón proporcionado por Armadillo. Posiblemente Tlaxcalilla se haya fundado en el siglo XVII o en el XVIII, con indígenas de origen tlaxcalteca que, con base en la explotación del carbón y el uso del agua que bajaba de la sierra, beneficiaban la plata extraída en sus cercanías (posiblemente de Cerro de San Pedro) como se observa en el cascajo que aún arrastra el agua. También pudo haber sido fundada con indígenas de otras etnias, pues para inicios del siglo XVII se indicaba que había indios chichimecos y otomíes asentados en las cercanías de Armadillo. En la época algunas etnias se hacían decir que eran tlaxcaltecas para tener más privilegios.
En una descripción de 1631, resultado de la visita del obispo de Michoacán fray Francisco de Ribera, Armadillo contaba con nueve haciendas de minas en la rivera del río, de varias carboneras y estancias. La parroquia administraba cerca de diecisiete carboneras con alrededor de 230 habitantes, todos indios; había siete labores donde se trabajaba la tierra; cuatro estancias: la de Santa Catalina de Martín de Aspurúa, la de Peotillos de Antonio Zapata Maldonado; la de José de Chagoyán y la de la viuda de Miguel de Silos. Entre los diversos propietarios, se encontraba Diego de Tovar, quien tenía una carbonera con diez indios y una hacienda de “sacar plata” con veinte personas. Para este año de 1631, la hacienda era propiedad de Catalina López, pero se le conocía con el nombre de su anterior propietario. Tovar es el nombre del arroyo donde se asienta Tlaxcalilla. Hoy es un pueblo casi fantasma, donde el tiempo parece haberse detenido, pero donde el pasado está presente.
(Este texto se publicó en La Corriente número 2, 2008.)