Juan Gerardo López Amaro

Es tiempo de recordar que la tierra de San Antonio de Coronados, situada al suroeste del municipio de Catorce, tiene una profunda historia que hunde sus raíces en el convulsionado proceso de conformación de la nación mexicana. Hay una carencia de investigación histórica sobre este lugar, pero en cambio hay una rica tradición oral, memórica, de la historia que se recuerda narrada por los mismos sujetos que la hacen; una parte de esa memoria es la que se presenta aquí y propongo algunas reflexiones sobre la condición actual.

No se sabe a ciencia cierta cuándo fue el primer asentamiento humano moderno en San Antonio de Coronados. Unos proponen el año de 1620, otros hablan de una segunda fundación en 1720, el hecho es que se trata de una historia añeja. Poco sabemos de los primeros pobladores de estas tierras, muchas cosas se han conjugado para favorecer el olvido. El territorio fue habitado por grupos indígenas nómadas y conforme a las estaciones viajaban de un lugar a otro en esta vasta y rica región del semidesierto potosino-zacatecano, recolectando piñón, cabuches, dátiles, vaina de mezquite y tunas, y cazando rata magueyera y codorniz, altamente nutritivas, o cuando era tiempo de fiesta, venado, jabalí u otra presa.

Respetaban la tierra, su tierra, su madre; la festejaban y comprendían a través del uso ritual de la planta sagrada del peyote, el híkuri. Vivían en tribus, manejaban diestramente el arco y la flecha (todavía podemos encontrar las puntas de flecha, llamadas “chuzos” en algunas lomas) y eran conocidos por otras tribus como los habitantes de la Gran Chichimeca, particularmente como los guachichiles. Posiblemente algunas tribus de éstos tuviesen nombres específicos, apelativos diferentes: borrados, bozales, coyotes, entre otros que aún se recuerdan.

La violencia del conquistador español desapareció la lengua de los guachichiles pero no logró desaparecer muchos de los rasgos culturales que tenían: la recolección aun es una práctica cotidiana, la cacería también, el estilo de vida nómada aún pervive en las majadas, la tierra sigue cobijando y haciendo florecer el híkuri. La desmedida ambición del conquistador tampoco logró que los abuelos indígenas dejaran de visitar su tierra, para recordarla, para re-conocerla, para rendirle culto a la naturaleza y eventualmente los wixaritari, los huicholes, vienen al lugar sagrado del Ojo de Agua, situado en las faldas del Cerro del Barco, manantial que alimenta la vida de San Antonio y Ranchito de Coronados.

El condueñazgo de Coronados

Posteriormente llegó a estas tierras un español llamado Diego Coronado, quien probablemente servía al colonizador Juan de Oñate. Por los servicios prestados, Coronado recibió una merced, la recompensa que daba el rey de España a los súbditos que conquistaban tierras, por lo general con violencia e injusticia. Cuentan los abuelos que Coronado subió al Cerro del Barco y pidió como merced todas las tierras que tenía a la vista. No sabemos qué tan cierta es la versión histórica pero sí parece ser —aunque no hayan sido todas las tierras que divisaba desde ahí— que sí fue beneficiado con un territorio extenso que iba desde el pie de la Sierra del Astillero (ahora Sierra de Catorce) hasta los terrenos que actualmente corresponden a San Cristóbal, Poblazón y otros.

Cuentan los abuelos que Coronado bautizó estas tierras con el nombre de El Paraje del Coyote, posiblemente en referencia a los indígenas que lo habitaban y se hacían llamar coyotes. Heredó sus tierras a tres hijos; uno de ellos llamado Felipe, una extensión de 16,101 hectáreas, y lo rebautizó como Ranchito de San Antonio de los Coronados; entabló un juicio contra los propietarios de la Hacienda de Laguna Seca por invasión de tierras y robo de aguas, el juicio duró 20 años y fue resuelto a su favor.

Felipe Coronado murió en 1754, en su testamento heredó las tierras a sus descendientes para que “lo gocen por iguales partes y por si acaso algunos quisieran vender ha de ser entre los mismos herederos y lo que en contrario se hiciera será nulo” y con ello reconocer que “sus sucesores no podrán ser despojados sin ser primero oídos por fuerza y derecho ante quien deba”; su voluntad es la que da origen legalmente al condueñazgo o congregación del Ranchito de San Antonio de Coronados que era entonces el nombre que se le daba a esa forma de tenencia de la tierra.

Felipe Coronado también lega una figura de autoridad: los cabezas. Cuentan los abuelos que todavía algunos de ellos, los más mayores, conocieron a los últimos. El cabeza era el encargado principal del buen gobierno de San Antonio de Coronados, y fue una institución que perduró hasta la primera mitad del siglo XX, recuerda don Dimas. Posterior al establecimiento del condueñazgo, vino la Independencia pero no se acabaron las injusticias: las haciendas continuaron, algunas veces impulsadas por leyes como la de Desamortización de las Tierras, promulgada por Ignacio Comonfort y seguida por Benito Juárez, o la tristemente célebre Ley de Huecos y Demasías, de Porfirio Díaz. Estas leyes agravaron el problema de las tierras y dejaron desprotegido al campesino, víctima de abusos, explotación, desprecio y represión por parte de los hacendados.

San Antonio no fue la excepción. Porfirio Díaz expidió en 1896 un decreto de titulación de tierras a favor de unos cuantos que pagaron por ello la suma de $13,320.12. Los campesinos encabezaron una lucha contra estos nuevos terratenientes para defender la tierra. Cuentan los abuelos que hubo un señor de nombre Lucio Mata que se rebeló contra esa injusticia y fue encarcelado, al final logró la restitución de las tierras. La lucha de don Lucio no fue en solitario. Muchos campesinos y campesinas lo apoyaron. En esos momentos se gestaba la Revolución que vino del campo, desatada por los problemas de la tierra y por la falta de trabajo digno para el pueblo. En estas tierras vivió un indígena otomí, Guadalupe Alvarado. El relato dice que fue el encargado de defender a San Antonio de Coronados frente a los abusos de los hacendados de Laguna Seca. En un sistema en el que no había manera pacífica de defender el territorio, organizó militarmente la resistencia y fue apodado por sus enemigos como “El carnicero”, y de ahí retoma su nombre el poblado vecino de Guadalupe, también conocido como La Maroma.

La Revolución triunfó, no del todo. Con el esfuerzo y la vida de miles de hombres y mujeres se logró la Constitución de 1917, en su artículo 27 quedó plasmada buena parte de la ideología de Emiliano Zapata y de Francisco Villa. Fue un triunfo del pueblo el que se reconociera el derecho a la tierra, lucha que le costó la vida a uno de cada diez mexicanos, y comenzó el reparto agrario. Al mismo tiempo, se declararon nulos los arreglos, contratos o pactos que se hubiesen celebrado anteriormente y fueran perjudiciales para los campesinos.

Las luchas campesinas

En 1922 los abuelos de los habitantes de Coronados presentaron una solicitud de restitución de tierras de las que habían sido despojados por los hacendados. Esta solicitud fue resuelta 15 años después, en 1937. El gobierno de Lázaro Cárdenas emitió una resolución presidencial por la que dota de ejidos y ampara con título comunal a los pobladores de San Antonio de Coronados en una superficie de 25,550 hectáreas. En 1954, cuenta don Dimas, hubo un grupo de pobladores que exigieron y lucharon por la titulación y reconocimiento de los bienes comunales. Fue una larga lucha que culminó en 1980, cuando una resolución presidencial reconoce más de 17,000 hectáreas para San Antonio de Coronados.

Ese reconocimiento no fue fácil: hubo que batallar contra el burocratismo, contra lo penoso de los trayectos a San Luis o a la ciudad de México para realizar trámites, contra la falta de apoyo de algunos pobladores que veían beneficios individuales en aliarse con los explotadores. Principalmente hubo que luchar contra la compañía inglesa y luego estadunidense que explotaba Tierras Negras, al tiempo que explotaba a los hombres y mujeres. Millones de dólares tuvieron como ganancias; millones de sufrimientos tuvo la población: abusos, injusticias, explotación, destrucción del paisaje, de la flora y de la fauna; silicosis, derrumbes, enfermedades, muerte.

Ahora, el abandono del gobierno hacia el campo, la falta de lluvias, las sequías prolongadas, la falta de créditos para el campesino, la eliminación de los precios de garantía, el Tratado de Libre Comercio, los altos costos de los insumos agrícolas, la guerra ideológica en los medios de comunicación que presentan a los jóvenes un estilo de vida basado en el consumo y los lujos a toda costa, sin importar si cuidan o no la tierra, si se acuerdan o no de la tierra que los vio nacer, de su “matria”, donde tienen enterrado el ombligo, aunado a la falta de un empleo digno. Todo esto se ha conjugado para que cada vez menos gente pueble estas tierras, para que cada vez menos gente la trabaje y para cada que cada vez más gente dependa de otros lugares para subsistir.

Ese proceso ha tenido consecuencias, como mencionan los abuelos: antes se consumía aguamiel, ahora refresco trasnacional. Antes se cuidaba la tierra, ahora se la araña nomás con tal de recibir el Procampo. Antes se enseñaba a los hijos a ser campesinos, a ser rancheros, ahora se les educa para que piensen que cualquier cosa es mejor que estar en un rancho. Lo que se comía antes en la casa era natural, propio, ahora hay que pagar por todo para comer.

Hay que aprender de los errores para no volverlos a repetir. Es tiempo de recordar la historia de San Antonio de Coronados y de todas sus fracciones y localidades: Ranchito, Refugio, Boquilla de Barrabás, Puerto de las Vacas, Cerrito Blanco, Vigas, Alamarito, Jesús, Pastor, Santa Rita, La Cieneguita, La Mesa del Venado, Los Rayos, Maguey Mocho, La Lagunita, El Mogote y El Huizachal. Es necesario recordar que la tierra es la madre, que hay que cuidarla, respetarla y hacerla florecer de nuevo.

La lucha por este territorio es una lucha que no puede hacerla una sola persona. Los actuales pobladores de San Antonio de Coronados se enfrentan a grandes retos: que no existan divisiones, que se busquen caminos para el diálogo y la resolución pacífica de los conflictos. Que se vea la historia conjunta de San Antonio de Coronados que hace que sean pueblos hermanos, unidos frente a la explotación y abuso de los neohacendados, de los explotadores. Es necesario evitar enfrentamientos y unirse para luchar contra el despojo, la explotación, el desprecio, la represión, los verdaderos enemigos comunes. En los relatos de los abuelos y abuelas de El Paraje del Coyote, hoy San Antonio de Coronados, se aprecia la lucha por la vida. Es indispensable que su historia no caiga en el olvido.

[El autor es antropólogo por la UASLP, y este trabajo está basado en los hallazgos del proyecto de investigación Soy del campo. Territorio, memoria y autonomía frente al PROCEDE en Coronados, Altiplano potosino, y que actualmente realiza como tesis de maestría en antropología social. gtupac.amaro@gmail.com]

 Foto Gerardo López: “Don Grabielito y su célebre sombrero de ala ancha”.

Bibliografía sugerida:

Guzmán Chávez, Mauricio Genet (1998). Procesos de adaptación en el Altiplano potosino: un estudio de ecología humana sobre los ejidatarios de Margaritas, San Luis Potosí. Tesis de Maestría en Antropología Social. Guadalajara: CIESAS.

Hernández Mata, Dimas (1983). El paraje del coyote, hoy San Antonio de Coronados. Monterrey: Ortega Colunga.

 López Amaro, Gerardo (2008). Diario de campo. San Luis Potosí (inédito).

 Mata Alvarado, Lucio (1983). Guadalupe el Carnicero. En Dimas Hernández Mata. El paraje del coyote hoy San Antonio de Coronados. Monterrey: Ortega Colunga.

 Reygadas, Pedro (2005). El arte de argumentar II. Argumentación y discurso. México: Noctua.

 Sandoval, Zazil, René Esparza, Teresa Rojas Rabiela y Regina Olmedo (1999). Guía de Restitución y Dotación de tierras y de Reconocimiento, Confirmación y Titulación de bienes comunales. México: RAN-CIESAS.

 Expediente 2272 y 2314. Registro Agrario Nacional, delegación SLP.

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